miércoles, 12 de noviembre de 2008

· La Flor Azul ·

Por un momento sentí el ardiente deseo de escribir... pero al instante mismo en comenzar me voy dando cuenta de que las frases se repiten, apenas distintas por un leve cambio en el orden, o un sinónimo bien colocado.

Me pregunto si llegará el minuto en que los ensayos absorberán mi capacidad creativa, o si terminaré como aquella profesora que nos advirtió una vez no dejar nunca de escribir (como ella lo había hecho).

Sí... y resulta paradójico pensar que mientras más me sumerjo en el impetuoso mundo de la literatura, más me alejo de la creación misma, del origen del ensueño, del retorno constante a mí misma y, a la vez, más me acerco a la contemplación rutinaria de retórica trillada, páginas más blancas o más cafezosas, el saboreo sólo instantáneo de alguna bella figura literaria que se perderá rápidamente en el mar de hojas incapaces de presentarme un placer que me lleve al éxtasis.

Y entonces creo que es hora de releer.
Releer aquellos cuentos que delinearon mi futuro, futuro en el que me veo inmersa y (por qué no decirlo) feliz.

Pero comencé mencionando que deseo escribir, y ya me desvié a la lectura como una necesidad nueva. A veces me sorprendo de esa capacidad retroalimentativa de mis pasiones. Que mi fuente de inspiración se encuentre, a la vez, como actualización de la tradición literaria hispanoamericana. Mi escritura es quizás tan efímera como la precaria representación de los ideales surrealistas y, sin embargo, la adoro.

No consigo ligar demasiado bien mis frágiles pensamientos. Ahora frágiles. Pero ya quiero el descanso y reconstituir mis agonías, mis fuertes emociones que a chorreras desprenden las hermosas (según yo) hilvanaciones de palabras (frases, ideas... después de todo es una redundancia, pero bella... no puedo no amar los epítetos).

Y así esperaré, segura de que aquellos soliloquios volverán. Lo sé porque antiguos susurros me lo aseguran (susurros de Cortázar, de Sábato...), y también porque se ha marcado una nueva era en mí. Aquella era que se configura junto a ti.

Y no sé por qué tengo la sensación de que gracias a eso jamás se esfumará de mí ese resplandor que me permite brillar. La sensación de que la escritura y la lectura son capaces de delinearnos de manera perfecta y complementaria. Un día como estos en que todo nos sonríe... y en el que siento la necesidad imperiosa de reclamarle unas líneas eternas a mi corazón, sólo para que tú... sólo para que tú las leas.