miércoles, 19 de agosto de 2009

· A tu importancia ·


El viento sórdido hiere - helado, rápido, asesino. Corta la carne, congela los huesos, cercena los extremos de las sonrisas amables (como un látigo daña el cuerpo), con rapidez insaciable perfora las nucas y con su silbido histérico acalla los quejidos. La oscuridad, aliada de ciertos tiempos (ajenos, antiguos, olvidados), me persigue, me abruma, me alcanza. Y el cuarto, de cinco paredes familiares, se achica y derrumba sobre mis hombros.
Las cinco paredes con cinco puertas cerradas (con llave, candado, cerrojo, cadenas), con luz tenue: más baja, ás baja, s baja, baja (excepto una). Cuatro puertas en donde el gas fallece, el calor fallece, el dolor crece (y la humedad también). Musgo en las orillas, entre la madera y el concreto, en la lámpara que ya no vive, en el nombre indescifrable. Musgo en las cuatro puertas (excepto en una).
Y el viento se cuela (y hiere), demacrando rostros.
Entonces la oscuridad fagocitará la última llama, absorbiendo la luz, quizás el calor. La quinta puerta se someterá. Las enredaderas microscópicas, que no florecen (y que no necesitan sol), ahogarán sus huecos hurtando el aire, creando bruma, transmitiendo el frío. Y las cinco puertas formarán un pentágono perfecto (del dolor).
Y allí viene, (oh, cuchillo imperecedero) a quebrar mis sueños como aquel espejo. Y allí vienes, (oh) a amortiguar mi vida, a negar mi vida.


Pero apareces tú, a quitarme la escarcha de los ojos cansados, a hundirte en ellos como tibia energía. Apareces tú, riéndote de la ingenuidad del viento, traspasando su filo letal con tus manos. Apareces tú, el par inédito de la quinta puerta... apareces tú ( y no otro ) porque eres (tú) el único que puede traer mi cuerpo gélido (inerte, melancólico) de vuelta a la vida. Eres tú el que acogerá mis risas en tu rostro satisfecho, y eres tú el que acariciará mi pelo esparcido en tu pecho.