Sobre cada barquito coloco una fecha, una sonrisa, un recuerdo. Lo lanzo al agua y lo veo alejarse. Marea arriba, adentro. Minuciosamente corto un nuevo trozo. Lo doblo por la mitad, luego la mitad de la mitad, tomo una punta y hago un triángulo, las sobrantes se convierten en triángulos también. Y viene lo más difícil; cuando pasa de ser sombrero de marino a barquito blanco, ilustre, ganador de todas las batallas. O casi todas.
El viento sopla fuerte en mis cabellos. Aleja rápidamente la flota hacia un horizonte eterno, hacia un sol de atardeceres, hacia un rumbo desconocido, nuevo. Las lágrimas parecen atropellarse para vaciarse sobre ese caldo que guiará lejos el cariño, las explicaciones, las caricias.
Me despido de la flota. Indiferente me da la espalda. Como si no hubiese sido yo quien con exageradas precauciones construyó sus barcos...
El nudo de mi cuerpo durará un tiempo. El suficiente como para permitir reconciliarme.
Sin embargo...
Me tranquiliza una mano que me aferra con dulzura.
Me tranquiliza el calor proveniente de tierra firme.
Entonces veo, poco a poco y lentamente, que la flota ya se hace imperceptible.
Me despido de la flota. Indiferente me da la espalda. Como si no hubiese sido yo quien con exageradas precauciones construyó sus barcos...
El nudo de mi cuerpo durará un tiempo. El suficiente como para permitir reconciliarme.
Sin embargo...
Me tranquiliza una mano que me aferra con dulzura.
Me tranquiliza el calor proveniente de tierra firme.
Entonces veo, poco a poco y lentamente, que la flota ya se hace imperceptible.
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