
Y estabas ahí: hermosa, tanto como solías serlo. Doblada por el esfuerzo sobrehumano que te costaba mentir: Mentirme. Y sentíamos a nuestro alrededor que nuevamente nos azotaría el invierno; aquel que anteriormente nos vio luchar frenéticamente... Y que en él ya ni las gélidas bancas podrían sobreponerse a perecer congeladas...
Porque no serían ni siquiera nuestros cuerpos quienes las abrigarían, ni nuestros esfuerzos por entibiarlas lo que las salvarían.
Sería la lluvia la que perdería entre desagües las hojas caídas del otoño, la que limpiaría el aire desgastado de un melancólico cielo nublado.
Y, sin embargo, lo extrañaría.
Extrañaría esos parques en donde dejamos nuestra pequeña invención del mundo a medio acabar, extrañaría los abrigos medio húmedos y su fru frú al rozarse, extrañaría los suspiros interminables por historias sin comienzo que creímos poder concretar; aquellos suspiros que nos permitían seguir soñando cada día, seguir entibiando bancas incansablemente, y seguir pensando que quizás... quizás.