martes, 4 de mayo de 2010

·La ira·

Esto ya se está convirtiendo en una especie de diario de vida, como aquellos que con tanto fervor solía llenar de tinta durante la infancia. Supongo que desde ese momento me hablo un poco a mí misma, y puedo escribir en primera persona sin sentirme demasiado yo-yoísta. Aunque finalmente sí, me gusta hablar de mí misma (y a mí misma), pero me gustaría también que los demás no interpretaran mis escritos como el reflejo de mis sentimientos, porque claramente los coloreo y lleno de palabras retóricas y literarias (esas que Morelli intentaba evitar a toda costa).
Quizás no sea tan mala esta idea de una especie de diario de vida literario, aunque siempre dejando en claro que el narrador nunca debe ser pensado como lo mismo que el autor, por más que este haga reiteradas alusiones a la realidad.


Entonces comenzaré escribiendo que hoy me he sentido oficialmente frente a una pared obstinada y algo irrespetuosa. Lo que más me gusta, de hecho, es que estas líneas jamás me responderán inmediatamente a mis continuos ataques (a menudo frontales). No es sino su relectura la que me da las respuestas... sin embargo ahora, en este preciso instante, puedo llenarla de garabatos e insultos y la respuesta será... nada, o más bien, sólo esa sumisión de la hoja, en donde todo cabe. El problema es quizás esa relectura y el momento en el que te abofetea, o se ríe de ti. El momento aquel es para mí el peor, porque el shock es inevitable. Mi impotencia y mi incapacidad de manejar la ira quiebra mi voz antes de poder devolver el ataque con dignidad... sin embargo la ira estalla mucho antes dentro mío, reventando mis vísceras, que comienzan a salir y chorrear junto con la sangre a través de lo múltiples orificios con los que el ser humano ha sido dotado. Así que en esas situaciones prefiero abandonar.
¿Pero abandonar para qué? ¿Para qué ponerse tapones en los orificios? El resultado será evidente: la podredumbre. Así que ando un tiempo así, media podrida, fétida de ira y de esa explosión llena de azufre que condena mi estado de ánimo por algunas horas.

Hasta ahora el olor se hacía insoportable, pero supongo que disminuirá, como siempre lo hace. Y no hago más que esperar a que esa pared fría se haya entibiado un poco, para que me responda y no me ignore tan blanca, tan lisa, tan lejana.

domingo, 2 de mayo de 2010

·Sentido·

La relatividad de los asuntos es algo que a veces me desespera. ¿Por qué en ciertas conversaciones no puede darse, mágicamente, el unívoco? Ciertamente simplificaría un montón de interpretaciones erróneas y, además, nos ahorraría una serie de malentendidos absolutamente no deseables...
Pero, ¿qué haríamos con la literatura? Si la literatura se transformara en unívoca perdería todo aquello que nos llama a leerla y releerla, a quedarnos estirados en la cama, con el libro terminado en la mano y mirando el techo, intentando digerir. Si la literatura tuviera una sola respuesta, estaríamos quebrando el principio de informatividad (sí, jajaja, lingüística del texto es algo que me tiene un tanto traumada) y le creo a De Beaugrande y Dressler que nos aburriríamos como ostras. Sería "más aburrido que acuario e' almejas", como decía un amigo...
Y sin embargo sería tan bueno que en ciertas ocasiones hubiese un sólo sentido en lo que se transmite. Seguramente dejaríamos de repasar las palabras una y otra vez en búsqueda del sentido que nos beneficiaría en un grado mayor, para darnos cuenta finalmente que, aunque tras la dislocación del entorno pragmático, nuestra interpretación quede bonita y cerrada en sí misma no es, lamentablemente, lo que en verdad se quiere decir.
¿Pueden verdaderamente coincidir el emisor y el receptor en lo que se dice? Porque... todos sabemos lo que una mesa es, pero para mí es café, más o menos pequeña y con seis o cuatro sillas. Pero para ti es, quizás, una mesa enorme con ocho o más, ovalada o rectangular. No. Nunca podremos coincidir más que en un 90% o quizás menos. Y así cada uno con su mundo textual...
En fin, me gustaría que en este momento la frase que analizo tuviera menos de dos interpretaciones, y que la duda o la certeza de que la interpretación mía es la fantasiosamente errada no me persiguiera justamente ahora, cuando una lágrima se desliza por mi mejilla.