lunes, 7 de noviembre de 2011

· Pelusa ·

Llegaste un día no cualquiera: anochecía y estaba a punto de llover aquí en Santiago, y nosotros en la virgen del cerro San Cristóbal. Una bola de pelos... o más bien, garrapatas, pulgas y quizás algo de pelo. Chiquitita...
Te metimos a la maleta y partimos en el auto blanco. Al llegar te escondiste entre la rueda de repuesto y no podíamos sacarte, pero al final lo logramos, mi mamá te bañó, te quitó las plagas y vimos la pequeña bola de pelo que realmente eras. Pelusa.
Mi abue dijo que era el mejor nombre, porque eso parecías: una pelusa pequeña, tan tan pequeña...
y desde entonces me ayudaste siempre.
Yo le tenía miedo a los perros, pero desde que llegaste tú, nunca más. Y ese nunca más ahora se transformó en un amor desenfrenado y un tanto histérico por todo animal viviente de este planeta.
Así es, a mis tres-cuatro años llegaste, y lo recuerdo claramente.
Criarte no fue tan terrible (o no lo recuerdo tanto), porque siempre fuiste de patio, a la intemperie, nada de casas de perros ni techos, ni estar en la cama como el yoyo. Tú siempre en el patio, a pasto pelao, o tierra pelá, como buena quiltra fuerte y como gran fémina. No sé si te gustaba más Cerrillos o Maipú, pero cuando nos fuimos a Maipú aún eras cachorrita, y te gustaba perseguirte la cola... jaja, te quedabas de espaldas con la cola en tu boca y completamente estirada...
Cuando creciste eras loquita, corrías alrededor del patio con una energía que te daba la juventud. Esquivabas todos los arbustos y los árboles con una habilidad que no entendíamos... y también le robaste ese chaleco a mi papá, que finalmente pasó a ser tuyo. Supongo que fue una de tus grandes posesiones, ese chaleco medio morado (o de algún otro color indescriptible) que jugabas a morder, que con furia enorme defendías de los demás y con el que dormías en la noche. Después ese chaleco se puso extremadamente rancio y tuvimos que botarlo, pero no te importó demasiado...
Un día quedaste preñada. Nos contaron que, a pesar de que te dejamos en el patio de atrás, un pastor alemán había saltado la reja y... bueno, ya sabemos. En unos meses nacieron tus cachorritos. Eran siete y uno murió. Ahí sí que ocupaste tu casa (ni cuando llovía entrabas), para tener a tus seis hermosos hijos bien resguardados. Lo que más me sorprendió fue verte comer la caca de tus propios hijos.... no sabía que el amor de madre podía llegar a ese extremo. Como eran más que quiltros, los fuimos a regalar a la feria, y los regalamos casi todos. Yo tenía uno regalón, tú sabes, ese blanquito... jugaba con él y lo metía en la cuna que le adjudiqué: la bolsa de los perros de ropa. Y ahí estaba el pobre cachorro colgando a dos metros del suelo en una bolsa. Al final y como era chica, lo regalamos con la Palo... a un vecino a tres o cuatro casas más allá, a cambio de unos yogu yogu de mora (lo más preciado en esa época). Y esa fue la historia de tus hijos, ojalá alguno aún viva y siga con la misma fortaleza con la que tú soportaste casi diecinueve años.
Luego te operamos, y dormiste profundamente debajo de nuestras mesitas laterales encima del chaleco de payaso que me había tejido mi mamá....
El venirnos a vivir a un departamento debe ser lo más extraño que te había pasado. Por primera vez ya no había patio ni intemperie, y teníamos que ponerte una cadena para que pasearas. Nunca quisiste que te amarráramos nada alrededor del cuello. Eras libre, así siempre fuiste... no dejabas ni que te tomáramos en brazos, nos mordías incansablemente hasta que te soltábamos. Así que fue una verdadera hazaña el sacarte a pasear. Aún así no creo que te haya gustado mucho vivir acá, pero al menos sé que tu juventud la pasaste en libertad: corriendo por los pasajes de maipú, en donde el pasear a los perros aún no es práctica común y ellos corren libres hasta que se cansan y luego vuelven a sus casas.
Al menos tenías la playa... uff te encantó conocer la playa, las quebradas, el canal... acompañabas siempre a mis hermanos y mi papá en sus excursiones por la quebrada, te encantaba saltar y seguirles el paso. Siempre fuiste más rápida que nosotros. Luego la playa fue más un lugar de descanso y de libertad, algo parecido a lo que nos pasa a nosotros cuando logramos huir de este edificio que ahora es nuestro hogar (un secreto: yo extraño Maipú tanto como tú).
Te fuiste haciendo vieja, Pelu. Y un día llegué a la casa y te habías perdido... no sabes cómo corrí sin parar gritando tu nombre y llorando. Nunca había corrido tanto. Finalmente te encontré y me lancé al suelo, lo había hecho.. estabas sana y salva... Sin embargo no me di cuenta que ese era el comienzo de tu desorientación...
Un tiempo después te me escapaste y cruzaste los leones a toda velocidad. El yoyo te siguió y ambos me hicieron pasar uno de los sustos más grandes de la vida. Sin pensar en nada corrí tras ustedes y ni me fijé si venían los autos o las micros. No tenía sus cadenas ni nada y me lancé a la vereda para atraparlos y me hice la cicatriz de la rodilla más fea que tengo (y que no me hice de chica, cosa rara...).
Entonces ya no caminabas tanto. Te dábamos la vuelta a la manzana y te cansabas mucho.
Hasta que ya no saliste más.
Viejita, te deterioraste en un par de años, pero seguías siéndonos tan fiel. Tus cataratas eran cada vez más profundas y ya no oías nada. Pero eso no era tan terrible, seguías paseándote por el pasillo, comiendo feliz, siendo regalona.... después llegaron los problemas mayores: te dolían tus piernitas, apenas podían tu peso, y los pañales.
Cuando llegaste aprendiste a usar la caja primero y ahora nada...
Hoy he tenido que tomar una de las decisiones más difíciles de mi vida. Ya no parabas de llorar y gemir todas las noches... estabas tan cansada, Pelu... de vivir, de vivir casi un récord guiness de edad de perros. Esperamos poder haber calmado tu dolor. Creemos que tomamos la decisión correcta.
Te amamos Pelu. Te amamos desde el momento en que eras esa bola de garrapatas y pulgas, antes de que siquiera te llamaras Pelusa. Gracias por todo el amor que nos entregaste, tu lealtad infinita. Eres más recordada de lo que crees, eres legendaria. Y yo solo espero haber hecho lo correcto. Espero que puedas perdonarme, Pelu. Espero que estés descansando. Yo sé que estás descansando...
ahora estás al lado del litre, a la sombra y libre, en la playa... tu lugar se llenará de flores y será para nosotros siempre nuestro santuario personal. Tú eres quien nos mira quién sabe desde dónde, desde la tierra misma, desde la pachamama. Cuídanos desde la pachamama, Pelu. Nosotros acá seguiremos juntos y recordándote siempre. Solo esperamos que tu vida haya sido plena, desde el día en que te encontramos. Gracias por todo.
Gracias.

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