jueves, 10 de diciembre de 2009

· No videntes ·


A ratos parece ser que la ceguera es inherente al ser humano. Y no me estoy refiriendo a aquella que, literalmente, blanquea los ojos simulando el firmamento otoñal, sino a aquella que -esta vez no literal- derechamente no deja ver. Y es que a ratos las personas terminan sumergiéndose en un océano turbio de peces confusos, perdiéndose entre la marea escandalosa, entre las olas que no dan tregua a la bocanada de aire que el cuerpo necesita.
A ratos me veo sentada en un muelle observando ese océano.
Algunos de mis amigos tienen cataratas en los ojos. Claro, no está diagnosticada, porque nadie puede verla. Seguramente podría ganarme un premio mundial con el siguiente descubrimiento: las cataratas no son un fenómeno de los ojos, propiamente (aunque el Niágara escurra por tus pupilas, créeme, no tienes la enfermedad). El método científico me acompaña, y eso que harta desconfianza le tengo. Supongo que el tenerlo de mi parte logrará que mi voz sea oída por aquellos que se niegan a hacerlo (esa es otra enfermedad que procuro investigar en un tiempo más). Siguiendo al pie de la letra lo que de él (el método científico) me enseñaron durante el colegio, enumero:

1.- Observación: lo primero que me llamó la atención fue notar la realidad de que, aunque muchos estuviesen mirando exactamente hacia el lugar en que el hecho estaba sucediendo, nada podían entender acerca de él. La observación la realicé durante muchos años, incluso conmigo misma (para los más exagerados).

2.- Hipótesis: la enfermedad comúnmente llamada "cataratas" no ataca exclusivamente a los más ancianos, ni se manifiesta con una leve tela blanca que va cubriendo lentamente la pupila. A esto, propongo: afecta a todos por igual, ya sean niños, adultos, adolescentes, jóvenes, viejos, vejetes, y demases. Se localiza en: algún área del cerebro.

3.- Experimentación: esta es, seguramente, el área más complicada para muchos. Sin embargo, a mí no me resultó difícil: prácticamente todos tenemos una leve cantidad de cataratas -que ahora llamaré "cataratas cerebral".
Para mantener la confidencialidad, no daré nombres ni algún otro dato.
El experimento consistió en agrupar a una cantidad determinada de personas que fueran lo que se llama "muestra". Sus edades fluctúan entre el primer año de vida y los cien años. Cada uno de ellos me relató alguna historia personal: cualquiera. Luego pregunté la misma historia a sus parientes, amigos, ex amigos, ex novios, novios, etc. Las historias variaban considerablemente y la mayoría de ellas se correspondían mejor entre las de las personas ligadas al relato mismo, que la persona que me lo narraba.
A partir de esto, construí una gran cantidad de gráficos separados tanto por edades como por sexo. Increíblemente la tabla mostraba una similitud insospechada: casi todos los niveles eran iguales, aunque se tratara de diferentes edades, estratos sociales absolutamente distintos, o lo que fuera, todo se resumía en lo mismo: y es que los sujetos de mi experimento solían no hacerse plenos protagonistas de sus historias. Maravillosamente suavizado, el pasado que ellas rememoraban siempre era mucho menos crudo o más feliz de lo que las demás personas ligadas al hecho recordaban. Incluso aquellos sujetos que mayores problemas sentimentales tenían actualmente (lo cual también se anexó como otro gráfico), solían minimizar las situaciones.
Este insospechado resultado me llevó a considerarlo como un fenómeno físico. Es así cómo llegué al estudio del corazón. Increíblemente descubrí que, además de sangre pura y limpia, el órgano transporta una hormona específica y exclusiva hacia el cerebro: esta hormona se activa en ciertos recuerdos y/o situaciones (generalmente pasajes tristes de la vida). La hormona es secretada por el corazón hacia el cerebro por una arteria específica (que aún no bautizo, pero que empíricamente existe), y tiene la labor de "empañar" la zona del cerebro que almacena o que está tramitando la situación. De esta manera, el corazón, irracional como sabemos, actúa ante los sentimientos bombeando algo más que vida: bombea mentiras.
Las cataratas cerebrales son, por tanto, parecidas a aquellas que solíamos nombrar cuando nos referíamos a los ojos nublados de algún anciano. Sin embargo, a la luz de este experimento , podemos ahora referirnos a aquella zona del cerebro que ha sido intervenida por tales hormonas. El resultado, como dije, consiste en que la persona tiende a olvidar o a sublimar el hecho recordado o vivido. Se presupone que es un mecanismo de defensa propio del cuerpo humano.

4.- Conclusión: las cataratas de ojos nada tienen que ver con la cerebral. El que un velo cubra el globo ocular no indica que no puedas VER. Quienes realmente no pueden ver con la claridad necesaria son aquellos que inconscientemente fueron ayudados por la hormona recientemente descubierta. Siendo así, la estupidez humana de no ver lo obvio aunque esté frente a sus narices podría tener alguna cura. Seguramente algún laboratorio del futuro creará el remedio para que el corazón deje de engañar al cerebro.

Por ahora, recomiendo un par de cachetadas. Si no funciona, entonces no hay cura: sólo si la persona quiere ver, puede hacerlo. Entonces, una segunda hormona será secretada desde el cerebro mismo (quizás desde la hipófisis) para atacar a la que el corazón envió. La batalla actuará como limpiavidros del cerebro y de los ojos. Abuelito, si tiene de esas cataratas que no le dejan leer estas letras, despreocúpese: la enfermedad realmente terrible está en la cabeza misma.

Y como dice la frase no-latina: "No hay peor ciego que el que no quiere ver".

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